miércoles, 8 de septiembre de 2010

PRESUPUESTOS Y NACIONALISTAS: HACIENDO MEMORIA


Cuanto más medito en la capacidad que tenemos de engañarnos, más se me escapa entre los dedos flojos la arena fina de las certezas deshechas
(Fernando Pessoa: “Libro del desasosiego”)


Había una vez…

Sí. Ya sé que no es de recibo comenzar así, pero siempre había tenido ese capricho. De este modo empiezan las fábulas, cuentos y otros pasatiempos de índole más o menos festiva. Es la manera de prevenirle de que cualquier parecido de lo que voy a contarle con la realidad de nuestro querido país no sería sino el producto de su agitada mente. Reclamaciones al Maestro Armero.

Como iba diciendo (y deje ya de interrumpir o no acabaré nunca), había una vez un Reino donde se alternaban en el gobierno dos organizaciones: El Partido Azulón y el Partido Rojillo. Más allá de la verborrea específica destinada a complacer a la grey de cada uno, no había grandes diferencias en su cosmovisión. De hecho, los más sabios del Reino aseveraban que el único proyecto político de ambos era alcanzar el poder y mantenerse en él durante el mayor tiempo posible. Lo que explica que sus opiniones experimentaran violentos giros dependiendo de si en ese momento realizaban funciones de Desgobierno o de Desleal Oposición. De creer a estos sabios, también cabe dar razón de esta suerte del motivo por el cual defendían posturas antagónicas según estuvieran o no en el poder en las distintas Taifas que componían el Reino…

… Porque el Reino se hallaba dividido en Taifas heterogéneas. En algunas de estas Taifas el poder solían detentarlo Organizaciones de Taifa con fuerte implantación local.

Dado que era habitual que el Partido Azulón y el Partido Rojillo estuvieran muy igualados en las elecciones generales del Reino, y, por otra parte, carecían de cualquier asomo de sentido de estado para ponerse de acuerdo entre ellos, necesitaban con frecuencia del concurso de las Organizaciones de Taifa para sacar adelante sus leyes en el Parlamento del Reino. Esto hacía que, sabedoras de su posición de fuerza, éstas obtuvieran ligerísimas ventajas para su Taifa en la negociación de los Presupuestos del Reino cada vez que les era posible. Este lento goteo iba erosionando el Principio de Equidad, que corría el riesgo de convertirse por la vía de los hechos en una vieja y olvidada abstracción.

Las Organizaciones de Taifa no podían dejar de hacer lo que hacían, por cuanto la justificación (inconfesa) de su existencia era precisamente este ventajismo del que se limitaban a hacer un uso racional. Sus electores no habrían entendido que se comportaran de otro modo. Por supuesto, cuando era el Partido Rojillo el que gobernaba, el Partido Azulón lo acusaba de someter al Reino al chantaje de las Organizaciones de Taifa, mientras que si era al revés, tal transacción se convertía en una contribución responsable a la gobernabilidad del Reino. Como puede imaginar, lo mismo sucedía a la inversa.

Y así estaban las cosas cuando una crisis terrible asoló el Reino. Como consecuencia de ello (y de su oposición al agravamiento del proceso que explicaba hace un momento), el muñidor de los dineros se constituyó en chivo expiatorio y fue sustituido en su cargo por el Hada Poliédrica. Ésta, retada además por las exigencias y reivindicaciones históricas de las Taifas corporeizadas en el Monstruo de la Devolución, concibió una sutil artimaña para hacer cuadrar los números: un sistema perspectivista, que permitía leer las cuentas de las cantidades comprometidas por el gobierno para alimentar a la Bestia de forma distinta según cada Organización de Taifa interpretara los datos, de modo que pudieran guardar las apariencias con sus votantes sin que se continuaran deteriorando las finanzas del Reino. De esta manera, de un solo golpe, se conjuraban todas las futuras amenazas.

Y los heraldos trompetearon la buena nueva y todos fueron felices y comieron perdices…

… Hasta que llegó el año siguiente y hubo que negociar de nuevo los Presupuestos del Reino. Entonces el conjuro de ambigüedad del Hada Poliédrica comenzó a desvanecerse para tormento de los súbditos que alguna vez se creyeron ciudadanos. 





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