Cuanto más medito en la capacidad que
tenemos de engañarnos, más se me escapa entre los dedos flojos la arena fina de
las certezas deshechas
(Fernando
Pessoa: “Libro del desasosiego”)
Había
una vez…
Sí. Ya
sé que no es de recibo comenzar así, pero siempre había tenido ese capricho. De
este modo empiezan las fábulas, cuentos y otros pasatiempos de índole más o
menos festiva. Es la manera de prevenirle de que cualquier parecido de lo que
voy a contarle con la realidad de nuestro querido país no sería sino el
producto de su agitada mente. Reclamaciones al Maestro Armero.
Como
iba diciendo (y deje ya de interrumpir o no acabaré nunca), había una vez un
Reino donde se alternaban en el gobierno dos organizaciones: El Partido Azulón
y el Partido Rojillo. Más allá de la verborrea específica destinada a complacer
a la grey de cada uno, no había grandes diferencias en su cosmovisión. De
hecho, los más sabios del Reino aseveraban que el único proyecto político de
ambos era alcanzar el poder y mantenerse en él durante el mayor tiempo posible.
Lo que explica que sus opiniones experimentaran violentos giros dependiendo de
si en ese momento realizaban funciones de Desgobierno
o de Desleal Oposición. De creer a
estos sabios, también cabe dar razón de esta suerte del motivo por el cual
defendían posturas antagónicas según estuvieran o no en el poder en las
distintas Taifas que componían el Reino…
… Porque
el Reino se hallaba dividido en Taifas heterogéneas. En algunas de estas Taifas
el poder solían detentarlo Organizaciones de Taifa con fuerte implantación
local.
Dado
que era habitual que el Partido Azulón y el Partido Rojillo estuvieran muy
igualados en las elecciones generales del Reino, y, por otra parte, carecían de
cualquier asomo de sentido de estado para ponerse de acuerdo entre ellos,
necesitaban con frecuencia del concurso de las Organizaciones de Taifa para
sacar adelante sus leyes en el Parlamento del Reino. Esto hacía que, sabedoras
de su posición de fuerza, éstas obtuvieran ligerísimas ventajas para su Taifa
en la negociación de los Presupuestos del Reino cada vez que les era posible.
Este lento goteo iba erosionando el Principio de Equidad, que corría el
riesgo de convertirse por la vía de los hechos en una vieja y olvidada
abstracción.
Las
Organizaciones de Taifa no podían dejar de hacer lo que hacían, por cuanto la
justificación (inconfesa) de su existencia era precisamente este ventajismo del
que se limitaban a hacer un uso racional. Sus electores no habrían entendido
que se comportaran de otro modo. Por supuesto, cuando era el Partido Rojillo el
que gobernaba, el Partido Azulón lo acusaba de someter al Reino al chantaje
de las Organizaciones de Taifa, mientras que si era al revés, tal
transacción se convertía en una contribución responsable a la gobernabilidad
del Reino. Como puede imaginar, lo mismo sucedía a la inversa.
Y así
estaban las cosas cuando una crisis terrible asoló el Reino. Como consecuencia
de ello (y de su oposición al agravamiento del proceso que explicaba hace un
momento), el muñidor de los dineros se constituyó en chivo expiatorio y fue
sustituido en su cargo por el Hada Poliédrica. Ésta, retada además por las
exigencias y reivindicaciones históricas de las Taifas corporeizadas en el Monstruo
de la Devolución ,
concibió una sutil artimaña para hacer cuadrar los números: un sistema perspectivista, que permitía leer las
cuentas de las cantidades comprometidas por el gobierno para alimentar a la Bestia de forma distinta según
cada Organización de Taifa interpretara los datos, de modo que pudieran guardar
las apariencias con sus votantes sin que se continuaran deteriorando las
finanzas del Reino. De esta manera, de un solo golpe, se conjuraban todas las
futuras amenazas.
Y los
heraldos trompetearon la buena nueva y todos fueron felices y comieron
perdices…
… Hasta
que llegó el año siguiente y hubo que negociar de nuevo los Presupuestos del
Reino. Entonces el conjuro de ambigüedad
del Hada Poliédrica comenzó a desvanecerse para tormento de los súbditos que
alguna vez se creyeron ciudadanos.
Nota.- Si le ha gustado, le agradecería que hiciera un donativo a los
que más lo necesitan, que no son los bancos:
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